A mediados de 2016 unas gotas de lluvia caían en el sector Yungay del desierto de Atacama. Pero no fueron unas gotas: fue un gigantesco aluvión que ahogó la ruta que va en dirección a la Minera Escondida.
Pero este problema de conectividad a la minera originó algo inédito en el desierto más árido del planeta. En el lugar, se formaron lagunas de tres kilómetros de superficie donde comenzó a crecer un ecosistema en que surgieron micro y macroorganismos llamados extremófilos, cuya capacidad de sobrevivencia los hace existir en hábitats no aptos para el hombre.
Desde ese momento a la fecha, un grupo de investigadores de la Universidad de Antofagasta han seguido de cerca este proceso levantando periódicas muestras en la zona, donde se guiaron por las trazas verdes de la tonalidad del agua, dando señales de la existencia de estos organismos.
Haber estado acá en el lugar y momento precisos es como haber encontrado oro”, dijo a El Mercurio el biotecnólogo Pablo Arán, uno de los miembros del equipos que lidera la ecóloga microbiana Cristina Dorado.
Los investigadores concuerdan que en esta zona de Yungay, hasta antes de 2015, no se conocía ningún cuerpo de agua natural en la superficie. “Entonces, que se genere un cuerpo de agua y que al tiempo tenga un afloramiento de vida que lo puedas ver al ojo humano, es increíble. Porque no se había visto ni estudiado nunca”, dice el tecnólogo médico Jonathan García.
Similitud con el planeta Marte e interés de la NASA
El descubrimiento de este ecosistema llamó el interés de la NASA. La agencia de investigación espacial de EE.UU. pudo constatar que esta zona del norte de Chile tiene similitudes con el planeta Marte, en términos geográficos y minerales.
Con ese motivo de interés -en febrero, un robot de la agencia logró cavar sin asistencia hasta un metro de profundidad- trabajan en conjunto al equipo de la U. de Antofagasta en recolectar muestras del sector donde la temperatura máxima ha llegado hasta los 42° y medida en tierra supera los 50°.
Las intensas jornadas de trabajo consisten en cavar agujeros de 80 cm y tomar muestras cada 10 cm de profundidad en zonas próximas a unos sensores instalados por la NASA.
Otro valor agregado que puede traer esta investigación es que el estudio de estas bacterias buscar encontrar avances en el área de la salud.
“Esta es una de las zonas más áridas del planeta, por lo tanto los organismos que viven ahí tienen adaptaciones únicas para vivir en esa condición. Esos nos da luces sobre las estrategias que tienen esos seres vivos en esas condiciones extremas”, precisó Cristina Dorado al El Mercurio.
crédito de fotografía: Claudio Cerda